contema sesenta y cinco
¿Recuerdas? Nuestra casa era la única encendida. Se oían las bombas. Lejanas. Difusas. Exactas. Se escuchaban, como una música que envolvía nuestros pasos: los coreografiaba casi. Pero la seguridad se volvía cuenco bajo los labios, menuda y húmeda como el alimento.
Es extraño el silencio, embovedando los restos de muro, de puertas, de ventanas; no se oyen gritos ya en este vecindario. Tranquilo, se apresura en briznas que se suspenden en el aire: ausencia de susurros, ausencia de voces que maldicen, que cantan, de los jadeos de la agonía. El silencio.
Cuesta acostumbrarse a los días, y es peor en las noches. Los aviones transcurren entre las estrellas, ya no siembran su carga en este barrio, vuelan sobre su humanidad callada o amordazada, se regocijan en la paz inerme de sus plazas deshechas y sus nuevos baldíos.
No hay nadie. Hay nadie. No se cruzan los…
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