«Te quiero no por quien eres, sino por quien soy cuando estoy contigo»
EL DISCURSO DEL SILENCIO

En ese lugar para contemplar,
donde escenificamos
los ditirambos del destino,
que es el teatro griego de nuestra vida,
donde vive y ama
el fantasma del silencio,
te enfrentas al reflejo
de tu propio yo
prestando atención al discurso
del fantasma del silencio.
Cuando nos invade la calma yerta
animando la inmovilidad
y en nuestra alma
no hay inquietud ni ansiedad,
y solo queremos escuchar una voz
para renovar lo que quiero
sin importar lo que veo.
Entonces surge
en el frío escenario
del teatro griego de nuestra vida
el fantasma del silencio
evocando
la ceremonia dramática
de un monólogo sin voz
con palabras mudas
dirigido al único espectador de la platea
que eres tú.
Un sombrío frío te invade
al escuchar las palabras
de un discurso plano
libre de sentimientos,
y las palabras vacías
se sienten
como dagas ardientes,
tatuando el silencio en la mente.
El mensaje
que dejan las sombras
de las palabras
del fantasma del silencio
arrastradas por el viento
alimentan la ternura
que llevas dentro
volviendo a ser por un momento
quien eres
en el teatro griego de la vida.
EL DESPERTAR DE LOS SUEÑOS

Rostros recortados
en las sombras del ayer
ondulan a la deriva
en la neblina del despertar
sus murmullos son voces lejanas
que muestran la bruma del amanecer
sus esfuerzos son vanos por ser escuchados
pues son el rostro de un pasado luminoso
y tenebroso a la vez.
Como las olas del mar que besa mis pies
algún poder misterioso los empuja
al caos de este mundo
de deseo y dolor,
y en la playa de nuestra isla
las olas baten sus cuerpos mortecinos
para que los busquemos con tristeza
las huellas del adiós
en la blanca espuma del sueño.
De repente nos giramos
y con alegría
saludamos al nuevo amanecer.
Cuando la potestad de la memoria se impone
nuestro corazón se inclina
y llora su desventura
ante las tímidas formas
de los diáfanos instantes
de antiguos días.
Tiernos susurros fluyen
y añoradas miradas de un soñador
iluminan el recuerdo del instante
que por un momento se olvida
que ya se ha ido
en el amanecer de los días.
En el crepúsculo del alba
los rostros recortados
de las sombras del ayer
se pierden en la luminosidad del día
dejándonos el amargo sabor de la evocación,
amándolos en la soledad de nuestro silencio
mientras los traviesos rayos del sol
del novedoso día
nuevas formas dibujan.
Pero en la oscuridad de la noche,
que vuelve cuando el sol se oculta
los sueños nos traen de nuevo
las sombras del ayer
que son los inquilinos del pasado
de nuestra memoria.